Monday, January 22, 2007

Bocadillo de uñas con cemento (III)

Un día de Marzo de hace tres años.

Miguel está hundido, la situación se le ha ido de las manos, todo empezó con una pequeña mentira, con una pequeña omisión de información, no sólo a ellos si no a su esposa también, tiene la carta en su mano, está frente a la puerta de su casa, la carta llena de sellos de organismos oficiales contiene la sentencia sobre su vida, el es un delincuente, nadie lo va a salvar. Dentro le espera la única persona que en su vida a confiado en él, esta vez le ha fallado, pero ya no hay vuelta atrás, tiene que entrar, pese lo que pese, él tiene que entrar.

Siéntate cariño, le dice Miguel a María, mientras por el tono de voz y por la debilidad del beso que él le acaba de dar, María intuye ya que algo va a pasar o que algo ha pasado ya.

- María esta carta viene del Ayuntamiento, del servicio de viviendas de protección oficial,- La voz le tiembla, las manos le sudan, y la mirada hace tiempo ya que no llega a la altura de los ojos de María, avergonzado y hundido prosigue contando.

- Mira María te he mentido a ti, y eso no es lo peor, lo peor es que le mentí a ellos, le mentí a esta gente del Ayuntamiento y ahora me han descubierto, si hubiese un hueco lo suficientemente grande en el pecho, su cabeza se hallaría en él ahora mismo.

-¿A que te refieres?, grita desconsolada María.

- Verás, cuando entregamos todos los papeles para que nos dieran este piso, hubo uno que yo modifiqué, pensaba que no se darían cuenta, pensaba que todo valía la pena para que tu y yo pudiésemos vivir por fin juntos, pensaba que todo valía la pena para hacerte feliz, falsifiqué la nomina para poder acceder a esta vivienda de protección oficial, ahora ellos se han dado cuenta y en esta carta, dice que nos debemos de ir del piso antes de 24 horas, lo siento, hemos perdido todo lo que tenemos.

- La cara de María era inexpresiva, no daba crédito y permanecía impasible, fueron unos segundos de marmol, pesados y frios, el tiempo se detuvo y con el los sueños de aquel joven matrimonio, la vida les había dado un gran revés, pero ella se limitó a decir:

- Está bien, hagamos las maletas, y no hemos perdido todo, nos tenemos a nosotros.

- Esas palabras le hirieron, le hirieron enormemente, porque se dio cuenta de que aquella mujer que se iba por el otro lado del pasillo era más valiente, más luchadora y tenía más coraje que él, que se rindió ante la trampa, esta situación le hizo pensar que el no la merecía, que nunca iba a poder estar a la altura de esa mujer con la que compartía su vida.

- Después de unos meses en los que tuvieron que volver cada uno a su casa familiar, ella siguió trabajando en su supermercado, 600 euros al mes, 10 horas al día, se pagan 8 y se trabajan 10, y una empleada no está autorizada a quejarse sobre eso, llega a casa, ve a su marido una hora y mañana empieza el siguiente día de todos los días de su vida. Él trabaja 7 horas en la obra, un trabajo no mal pagado, agotador eso sí, ha decidido luchar por la mujer a la que ama, ha decidido recompensarla por los sueños robados y trabaja cuando sale de la obra como guardia de seguridad por horas en una discoteca, una vida difícil, un trabajo complicado, peligroso, pero tiene que ahorrar dinero para poder pagar la entrada de un nuevo piso que les permita a ambos seguir viviendo, seguir soñando, olvidar la anterior pesadilla.

Así pasó un año, en ese sin vivir ambos se hicieron más fuertes, incluso su amor se hizo aún más fuerte. El trabajo de ambos, el duro trabajo les recompensó con el fruto de pagar la entrada de la nueva vivienda, Miguel estaba tranquilo, la vida los había vuelto a poner en el camino de donde los echó, todo parecía ir sobre un camino de rosas, hasta hoy, hasta aquél recado de María sobre la notaría, hasta esa llamada de teléfono que los ponía a ambos ante una nueva etapa en la vida, ahí es donde estamos ahora, ahí es donde está él, frente a la puerta de su casa, otra vez, tener que entrar de nuevo a decirle a María que se siente, que le escuche, que algo había pasado, pero esta vez él no tenía nada que contar, no sabía nada pero la situación tristemente ya le era familiar.

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